Las personas con esta herida se sienten rebajados, sumisos, avergonzados, atacados en su amor propio, en su dignidad.
Esta herida empieza a manifestarse en los tres primeros años de vida del bebé justo cuando empieza a desarrollar algunas de las funciones por sí sólo tales como: comer, ir al baño, hablar..
Esta herida surge cuando el niño siente que uno de sus progenitores se avergüenza de él, bien a solas o en público, sobre un “estropicio” que él provoca de manera inocente.
Suele ser un niño al que sus padres le regañan mucho, lo controlan, no le dan libertad.
La máscara que desarrollan estos niños para avanzar, para evolucionar es la máscara del MASOQUISTA. Es decir, suelen ser personas que se castigan antes de que los demás lo hagan, se burlan de sí mismos. De esta forma se anticipan a la humillación de los demás generándosela ellos mismos.
Estas personas se vuelcan en los demás, hacen todo lo posible por los demás para que las personas sientan que es importante, indispensable, y con esto no lo humillan. No son conscientes de que al hacer esto se están rebajando al ponerse tanto al servicio de todos.
Las personas con la herida de la humillación no expresan sus necesidades por temor a sentir vergüenza por ellas.
Es importante tener en cuenta, en todas las heridas del alma que estamos analizando, que no es lo que se vive lo que hace que una persona sufra, sino su interpretación de lo que vive lo que hace que se origine una herida. Se trata siempre de interpretaciones. Si como padres os preguntáis por qué vuestros hijos son tan diferentes si los habéis educado y tratado por igual, se debe a cómo interpretaron ellos esas acciones/conductas/comportamientos en sus primeros años de vida y qué mascaras sintieron que debían ponerse para adaptarse mejor al medio.